La historia de la traducción jurada: de la pluma al clic

La traducción jurada no nace fruto de la burocracia moderna. Es una figura que existe desde hace siglos y ha ido evolucionando al ritmo de los Estados, las leyes y sus trámites. Y lo que más llama la atención es que a pesar de los grandes saltos que ha ido dando, su función no ha variado en ningún momento; dar fe pública de que una traducción dice lo mismo que el original.

En este artículo repasamos los hitos más relevantes que han marcado la historia de una profesión que va mucho más allá de traducir palabras. Porque, al final, también traduce confianza, legalidad y responsabilidad.

El nacimiento de la necesidad: cuando la lengua se vuelve legal

La necesidad de traducir documentos oficiales viene de lejos. Muy lejos. Basta con imaginar tratados entre imperios o contratos comerciales en la antigüedad para darse cuenta. Sin embargo, la figura del traductor jurado, tal como la entendemos hoy, tardó en aparecer.

En la Edad Media, las traducciones eran informales, muchas de ellas estaban vinculadas a contextos religiosos, pero a medida que los estados se fueron modernizando, el comercio internacional creció y el derecho se internacionalizó, es en este contexto en el que surge una exigencia inevitable: la legalidad de las traducciones.

Siglo XIX: los primeros pasos hacia la oficialidad

Fue en el siglo XIX cuando la figura del traductor jurado empezó a adquirir entidad propia, especialmente en Europa. En España, una Real Orden de 1857 marcó el inicio oficial: se reconocía la necesidad de que ciertas traducciones fueran firmadas y selladas por un profesional habilitado para ello.

Aquel paso no solo profesionalizó la práctica. También le añadió un peso jurídico que perdura hasta hoy. Ya no bastaba con traducir bien; ahora había que traducir con rigor, exactitud y responsabilidad. Nada de florituras ni interpretaciones. Cada palabra contaba.

La era digital: cuando el sello se volvió PDF

La digitalización ha llegado también a este rincón del mundo jurídico-lingüístico. Aunque todavía hay organismos que exigen la versión impresa con firma y sello, cada vez es más habitual que se acepten traducciones juradas digitales, firmadas con certificado electrónico.

Este cambio se aceleró tras la pandemia. De repente, se normalizó enviar traducciones por correo seguro, firmarlas digitalmente, almacenarlas en la nube. El reto ha sido garantizar que esa nueva forma de entrega conserve la misma validez y trazabilidad que la de los documentos físicos.

¿Y ahora qué? Blockchain, IA y el futuro de la traducción jurada

Y ahora avancemos al futuro. Porque algunas nuevas tecnologías como el blockchain o la Inteligencia artificial han revolucionado la traducción jurada. Estas herramientas son cada vez más precisas, sin embargo, por muy afinadas que estén estas tecnologías, asumir la responsabilidad legal de una traducción no entra dentro de sus capacidades, y probablemente nunca lo hará.

Conclusión: de la pluma al clic, pero siempre con rigor

Desde manuscritos antiguos hasta documentos digitales con firma electrónica, la traducción jurada ha sabido adaptarse a todos los tiempos. Ha superado reformas, innovaciones tecnológicas y cambios sociales sin perder su esencia: ser el puente legal entre lenguas.

Porque al final, aunque cambien los formatos, hay cosas que no cambian. Y una de ellas es la necesidad de que alguien dé fe, de forma profesional y con todas las garantías, de que lo que se dice en un idioma se corresponde con lo que se dijo en otro. Mientras esa necesidad exista, el traductor jurado seguirá teniendo un papel esencial.